miércoles, 18 de marzo de 2015

Oraciones compuestas

Ahora vamos a empezar con oraciones compuestas.
Se denomina oración compuesta a una oración que tiene más de un sintagma verbal, que tiene más de un verbo conjugado.
Existen varios tipos:
- Yuxtapuestas: no llevan nexo. (, . ;)

- Subordinadas: pueden ser de varios tipos:
     *Adverbiales 
     *Adjetivas
     *Sustantivas

- Coordinadas: se dividen en proposiciones cada parte que lleva un verbo. Ejemplo: P1, P2, P3... Hay varios tipos de coordinadas:
     *Copulativas: Indica unión o suma. "y", "e", "ni"...
Ejemplo: Juan fue al mercado y Elena se marchó a trabajar.
     *Disyuntivas: Indica significados que se excluyen entre sí. "o", "u"...
Ejemplo: Paola irá de vacaciones a Roma o bien visitará a su familia.
     *Adversativas: Expresa oposición o contraste. "mas", "pero", "sin embargo"...
Ejemplo: Afortunadamente, nuestro tío no vino, sino que volvió.
     *Explicativas: Una proposición explica o aclara el significado de la anterior. "o sea", "es decir"...
Ejemplo: El rector siempre tiene razón, es decir, siempre me convence.
     *Distributivas: Indica una referencia o elección alternativa. "Bien... bien, "ya... ya", "unos... otros", "tan pronto... como" ...
Ejemplo: Ya descansa en la cama, ya descansa en el sofá.

martes, 3 de marzo de 2015

Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández

5. Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández

               A la hora de llevar a cabo un análisis de la trayectoria poética de Miguel Hernández, hemos de tener en cuenta que sus inicios como escritor se corresponden con los de un aprendiz de poeta que, como lo calificó Dámaso Alonso, se convirtió en un “genial epígono” de los grandes autores clásicos, hasta que llegó a descubrir su propia voz poética. A su vez, hemos establecido unas etapas que se corresponden con distintos momentos de su devenir poético.

5.1. El aprendiz de poeta  (1910-1931)

               Una primera etapa vendría marcada por los balbucientes escarceos del pastor-poeta oriolano, observador agudo y perspicaz de cuanto existe a su alrededor -en especial, los elementos de la naturaleza y el paisaje levantinos- y admirador de poetas como Virgilio (a través de las versiones de fray Luis de León), San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Antonio Machado y, de forma muy particular, su paisano Gabriel Miró, de quien el propio Miguel Hernández se confesaba deudor, por ser el escritor que más le influyó durante el periodo anterior a 1932. Algo más tarde, recibirá la influencia de Calderón y de Quevedo, para regresar nuevamente a Góngora.

Además de Miró, otra persona que marcó poderosamente al joven Hernández fue su amigo José Marín (Ramón Sijé), a quien conoció en 1929, en la redacción de la revista oriolana Voluntad. Él fue quien contagió a Miguel el amor por los clásicos y quien, junto con don Luis Almarcha, canónigo de la catedral de Orihuela, tuvo una importantísima influencia durante su etapa de formación literaria, al tiempo que contribuyeron a forjar su inicial militancia católica.

En sus primeras creaciones, elaboradas en torno a los dieciséis años, Miguel escribe versos de gran sonoridad, con ritmos y extensión variados, imitando a escritores como Gabriel Miró, Bécquer, Rubén Darío, Gabriel y Galán o el murciano Vicente Medina.

               En la mayor parte de estas primeras composiciones -muchas de ellas inéditas y otras publicadas en semanarios y revistas de Orihuela, entre enero de 1930 y mayo de 1931-, se observa una gran capacidad para la percepción del mundo bucólico pastoril y para expresar las sensaciones que le provoca el paisaje de su tierra. Pero en ellas hay escasa originalidad y muy pocas referencias autobiográficas. Sí, en cambio, son muy abundantes las escenas mitológicas -Diana, Leda, Apolo, Febo, Helios, Hiperión, Orfeo, Medusa, Dafne, Eurídice, etc.- y los ambientes orientales, todo ello como resultado de su gusto por el romanticismo y el modernismo.

5.2. Por el camino de la modernidad y la vanguardia (1932)

               El 30 de noviembre de 1931, Miguel Hernández emprende su primer viaje a Madrid, con la ilusión y la esperanza de que ver reconocida la todavía incipiente creación de ese “pastor un poquito poeta”, como él mismo se autodefine en la carta que ese mismo mes dirige a Juan Ramón Jiménez pidiéndole que lo reciba en su casa y lea los poemas que lleva escritos.

               Pero lo cierto es que, a pesar de las recomendaciones favorables de algunas personas, no obtiene los frutos apetecidos y se ve obligado a regresar a Orihuela, el 15 de mayo de 1932. No obstante, la dura experiencia ha merecido la pena, pues ha podido constatar que su nivel poético no está a la altura de lo él que ha alcanzado a ver en la capital de España. De ahí su decisión de acercarse hacia los movimientos vanguardistas y de renovar su lenguaje, su técnica y su estilo, de modo que le permitan expresar de forma mucho más adecuada y actual, especialmente gracias a la metáfora, todo aquello que constituye su bagaje cultural y humano.

               Para dicho acercamiento a la poesía vanguardista, hay un acontecimiento que resultó de capital importancia: la conmemoración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, en 1927. Será a partir de entonces cuando Miguel entre en contacto con la poesía de Rafael Alberti (Cal y canto, 1927), Gerardo Diego (Fábula de Equis y Zeda, 1929) y Jorge Guillén (Cántico, 1928). Aunque, sin duda alguna, el mayor influjo fue el de la llamada poesía pura de Jorge Guillén -también, por qué no, aquella poesía pura, desnuda de artificio, de la que tanto hablara el maestro Juan Ramón Jiménez-.

               Será entonces cuando comience a cultivar el endecasílabo, las octavas reales, las décimas y el gusto por la metáfora elaborada, que darán como resultado su libro Perito en lunas(publicado en la editorial La Verdad, el 20 de enero de 1933). El mismo título del libro se muestra cargado de recónditas sugerencias. Por un lado, la palabra perito nos hace pensar en la idea de un oficio en el que el poeta se muestra como entendido o experto. Y, por otro, su experiencia parece radicar en aquello que resulta misterioso, cargado de ensoñación o de embeleso, como son esas lunas, en plural, o esas estrellas puras, “en delirio callado de tormentas deliciosas” que menciona su amigo Ramón Sijé en su prólogo a la primera edición de Perito en lunas.

               En este discurrir por la senda gongorina, algunos de sus mejores modelos serán los poetas del 27, entre ellos su siempre admirado Federico García Lorca, de quien pudo recibir, entre otras influencias, el motivo de la luna, especialmente a partir de la lectura de su Romancero gitano (1928);  o las versiones actualizadas de la poesía de Góngora, como la del Alberti de Cal y canto; o, como señala Gerardo Diego al referirse  a los acertijos poéticos de Perito en lunas, un estilo muy cercano a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, quien, desde 1910, había empezado a dar a conocer esa especie de particular juego poético vanguardista, afirmando que sus conocidas greguerías eran el resultado de unir metáfora y humor, gracias a lo cual conseguía definir -con enormes alardes de imaginación, intuición y capacidad de observación-, muchos de los objetos que configuran la vida cotidiana. Así, por citar algunos ejemplos: “El agua se suelta el pelo en las cascadas”, “La palmera ancla la tierra al cielo”, “El cocodrilo es un zapato desclavado” y “Las flores sin olor son flores mudas”.

5. 3. El descubrimiento del amor (1934-1936)

               Con la publicación de El rayo que no cesa (terminado de imprimir el 24 de enero de 1936, aunque su gestación como libro es anterior a esta fecha), Miguel Hernández aparece como un poeta que ha asimilado plenamente la influencia de Quevedo y del dolorido sentir garcilasiano, así como la forma estrófica del soneto. Todo lo cual le sirve para expresar a la perfección su pasión de enamorado, después de haber iniciado, en el otoño de 1933, una relación con la que acabaría siendo su esposa, Josefina Manresa. Su amor será fuente de poesía, mediante la expresión de sus más íntimos sentimientos, deseos y agonías, en lo que se ha dado en considerar un “desgarrón afectivo”, con un estallido de pasión, cegadora y fulminante, como la del rayo que da título al libro. Y, junto a este neorromanticismo, encontramos la presencia de determinados símbolos, como el cuchillo, el rayo, la espada, el fuego, el naufragio o el toro.

               Por otra parte, también se puede observar la influencia del Pablo Neruda de Residencia en la tierra -a quien había conocido en el verano de 1934 y con el que entabló una profunda amistad- y la de Vicente Aleixandre, con el que inició una excelente relación a partir del 23 de septiembre de 1935, cuando Miguel le pidió un ejemplar de su libro La destrucción o el amor.  

Precisamente, fue Pablo Neruda quien fijó los presupuestos estéticos de la llamada “poesía impura”. A partir de ahora, a Miguel le preocupa profundamente el problema de la existencia humana y, en particular, el de su vida particular y concreta, llena de amor y de dolor, de ansiedad y de deseo, a la que trata de aferrarse con todas sus fuerzas. De ahí la pasión atormentada que impregna algunos de sus mejores versos, al igual que sucede con la soledad, la pena y la tristeza. Y es así como aparecen las tres constantes que constituyen la clave de su obra; las famosas tres heridas: la vida, el amor y la muerte.              

A última hora, Miguel Hernández incorpora su famosa “Elegía” a Ramón Sijé, tras la súbita e inesperada muerte de su amigo, el 24 de diciembre de 1935, en Orihuela. Compuesta en tercetos encadenados, el poeta se inserta en la tradición literaria de las elegías fúnebres, que tan maravillosos ejemplos ofrece en nuestra poesía y una de cuyas más emotivas muestras la podemos encontrar en las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique o en el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca.

5.4. La poesía revolucionaria (1937-1939)

               Con el estallido de la guerra civil, la poesía de Miguel Hernández da un giro radical hasta llegar a convertirse en esa especie de paradigma, casi de mito, para quienes vieron en él al poeta comunista, luchador y mártir por la causa de la libertad, al tiempo que se olvidaban de aquel otro Miguel Hernández otrora cultivador de la poesía clásica y aferrado a un ferviente catolicismo.

               Su producción bélica se puede resumir en dos libros de poesía: Viento del pueblo(1937) y El hombre acecha (1939), bastantes diferentes en cuanto a registros poéticos.

               En septiembre de 1936, Miguel se enrola como voluntario en el Quinto Regimiento del bando republicano, comenzando así su faceta de poeta-soldado. El 9 de marzo de 1937 se casa civilmente con Josefina Manresa en el juzgado de Orihuela. Y el 9 de diciembre de 1937 nace su primer hijo, Manuel Ramón, mientras Miguel se encuentra en la batalla de Teruel.

               Mientras tanto -entre el verano de 1936 y el verano de 1937- el poeta ha ido componiendo su libro Viento del pueblo, que ve la luz en el verano de 1937. Un libro en el que vemos a un escritor profundamente enraizado en el pueblo, que se hace eco de las inquietudes populares con una marcada tonalidad épico-lírica, en consonancia con el modelo que habían fijado poetas como, por ejemplo, Rafael Alberti, con su poesía combativa, revolucionaria y surrealista. Y, también, influido, entre otros, por el poeta argentino Raúl González Muñón, amigo de Miguel, quien había escrito en 1935 su libro La rosa blindada (Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios), hecho que pudo influir en la elaboración, entre otros textos, del drama hernandiano Los hijos de la piedra, centrado en la revolución de los mineros asturianos en octubre de 1934.

               Para Miguel, la poesía es esencia del pueblo y tiene su origen, su raíz, en la tierra misma, y su destino es el pueblo. Así lo pone de manifiesto en la dedicatoria del libro, hecha a Vicente Aleixandre, cuando habla de que el cimiento de los poetas es la tierra y el destino es parar en las manos del pueblo. Y quienes “se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía”. Los poetas -escribe Miguel- “somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

               Ha llegado el momento del poeta soldado, del esposo soldado, que se deja arrastrar por los acontecimientos bélicos y carga su poesía de imágenes llenas de dureza, de elementos metálicos, de armas. Por consiguiente, la muerte aparece representada por un guerrero medieval “con herrumbrosas lanzas y en traje de cañón”. Además, la guerra hace que los claveles se transmuten en disparos, y los toros en fundiciones de hierro y de bronce.

               Ahora es cuando la poesía impura de Neruda y de Aleixandre adquiere su plena corporeidad y cuando los poemas se llenan de imágenes surrealistas, cargadas de irrealidad y de elementos visionarios, con los que compone encendidos poemas de contenido elegíaco y social, en los que se aprecia un cierto optimismo, una cierta esperanza en la victoria.

               Al mismo tiempo, lleva a cabo una renovación métrica, dando paso a la silva, la décima, la cuarteta, el soneto alejandrino, los romances, los serventesios de pie quebrado. Y, con estos metros, elabora 25 excelentes muestras de esa poesía profética -que decía él- encargada de “propagar emociones y avivar vidas”. Como lo hace con la “Elegía primera”, un texto inspirado por el asesinato de García Lorca y cargado de ese característico tono elegíaco de Miguel Hernández. O con la “Canción del esposo soldado”, en la que trata por todos los medios de sembrar una nueva vida, en medio de la destrucción, el caos y la muerte.

               Si en Viento del pueblo habíamos podido observar cómo la tristeza podía llegar a empañar algunas de sus poesías más sentidas y entrañables, en El hombre acecha el tono es mucho más pesimista y negativo. Porque el poeta ha podido comprobar, de primera mano, la realidad de aquel famoso aserto según el cual “el hombre es un lobo para el hombre”, o, como diría Gracián, “el hombre tiene la intención más torcida que los cuernos de un toro”.

El hombre combate contra el tiempo, y el tiempo va acabando con él. El hambre se va extendiendo y enseñoreando de todo; pero, como siempre, atacando duramente a los más pobres. Las cárceles, que constituyen un nuevo símbolo, van con sus fauces abiertas en busca de hombres y de pueblos enteros con los que satisfacer su apetito voraz e insaciable. Los trenes circulan llenos de sangre y van derramando piernas, brazos y ojos, al tiempo que siembran rastros de amargura.

               Y, en medio de ese clima de muerte y podredumbre, Miguel invoca a los poetas:Aleixandre, Neruda, Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Machado, Juan Ramón o León Felipe.A ver si, entre todos, pueden hablar de aquello que siempre ha constituido el quehacer de los poetas: llevar a las gentes un mensaje lleno de locura amorosa, de fe en el ser humano, de unidad, de comprensión, de solidaridad y de justicia.

5. 5.  La cárcel y la muerte (1939-1942)

               El que sería su último libro, Cancionero y romancero de ausencias, compuesto entre octubre de 1938 y septiembre de 1939, fue entregado por Miguel a su esposa en dicho mes de septiembre y permanecería inédito durante varios años.

               Esta primera versión, en forma de cuaderno, es una especie de diario íntimo compuesto por 79 poemas en los que recoge, de forma muy intimista no exenta de cierta resignación, episodios de su vida como pueden ser, por citar algunos ejemplos, la muerte de su primer hijo, la alegría por el nacimiento del segundo, la dura separación de la esposa amada, los momentos finales de la guerra y las consecuencias de la derrota, incluida la condena a pena de muerte. Posteriormente, el poeta continuaría escribiendo algunos textos más hasta 1941, de manera que los editores llegaron a recoger unos ciento treinta poemas.

               En este libro, en el que Miguel Hernández alcanza la expresión de su madurez poética, observamos cómo la metáfora se eleva hacia sus cotas más altas de perfección y de expresividad, no exenta de cierto sabor surrealista, y cómo el poeta prescinde de todo aquello que resulte superfluo o no sea absolutamente esencial. De ese modo, nos encontramos ante una poesía que busca, ante todo, la verdad humana y que se muestra casi desnuda de artificio –hasta suele elidir elementos gramaticales y signos gráficos-, como aquella poesía de inspiración juanramoniana, que hemos podido ver en sus primeros tiempos.

Una poesía, además, plasmada en poemas breves y versos cortos -algunos de ellos podrían ser considerados auténticas sentencias quintaesenciadas-, con metros más tradicionales, en forma de canciones, romances, romancillos y coplas, en la que son muy frecuentes los paralelismos, las correlaciones, las similicadencias, las reduplicaciones y los versos en forma de estribillos, con un  claro predominio de la rima asonante, aunque en algunos poemas encontramos rima consonante (como es el caso, por ejemplo, del poema “No quiso ser”). Todo ello contribuye a dotar a sus poemas de cierta musicalidad y a situarla en evidente cercanía con esa poesía de inspiración neopopular que, en ocasiones, nos recuerda a su admirado Federico García Lorca.

               En cuanto a los diversos asuntos tratados por el poeta, nos parece interesante destacar aquellos que están referidos al ámbito familiar: los besos a la mujer amada; la ausencia y la distancia -que acrecientan aún más las tres famosas heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida-; el vientre de la amada; la muerte de su primer hijo; el nacimiento del segundo; la guerra; la cárcel, o el hambre. Y, en cuanto a los temas tratados, hay que apuntar que, junto a los ya habituales en su poesía anterior, cobran especial protagonismo las aves, el olivo, la higuera, el mar, la tierra y el ataúd.

               Todos estos temas dotan a sus poemas de una verdadera voz propia, muy intimista, gracias a la cual el poeta se aparta de muchas de las influencias literarias recibidas hasta el momento, para adentrarse en la búsqueda de sus raíces personales, en lo más íntimo de sí mismo. Así parece indicarlo la nota que escribió en la tapa del cuaderno entregado a su esposa: “Para uso del niño Miguel Hernández”.

IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

4. IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

              
Toda la obra poética de Miguel Hernández pretende elevar a un plano superior, de belleza, de dignidad, las cosas feas que lo rodean. Tras unos titubeos iniciales, la poesía se convierte en una proyección de sí mismo en la que una serie de símbolos e imágenes se usan para expresar sus temores, sus anhelos y sus penas.

               En líneas generales, podemos destacar una serie de símbolos que son recurrentes en toda su producción poética (el rayo, el toro, la sangre, el fuego, los instrumentos que causan dolor…) si bien su significado no es unívoco, sino cambiante en función del momento que vive el poeta. En cualquier caso, si que se observa un punto de inflexión en cuanto a significación de los símbolos, pues El rayo que no cesa marcará un antes y un después en la intención y sentido de algunos de los símbolos que hemos mencionado y determinará la desaparición de algunos y la aparición de otros nuevos. Vayamos viendo, pues, todo esto con detenimiento.

               Perito en lunas (1933) es un libro cultista constituido por cuarenta y dos octavas reales que constituye la adscripción de Hernández a la poética purista de los años veinte. Las imágenes que lo pueblan son de gran complejidad, rayana en el hermetismo pero su mérito radica en la adaptación de todo eso al mundo personal de Miguel Hernández, a su realidad inmediata, al paisaje y a los hombres de su entorno.

               El símbolo que habita este obra iniciática es, por encima de los demás, la luna, una luna presente, omnipresente, tanto en su forma como en sus propias características (nocturnidad, calma, evocación, inaccesibilidad…) en el poemario. En primer lugar, la luna, como elemento asociado tradicionalmente a la poesía, convierte al perito en lunas en experto en poesía y, como tal, se quiere mostrar Hernández. Pero va más allá, pues la luna es aquí un símbolo de plenitud, de exaltación vital. Simboliza el destino poético, la búsqueda de la contemplación. Todos los objetos responden a esa concepción redonda y circular: “La noria” pág. 91, “Horno y luna” pág. 92, “la gota de agua” pág. 91.

               Hay otro símbolo, perenne en la obra de Miguel Hernández, que ya aparece en este poemario, y es el toro. Es aquí un animal mitificado, glorioso, heroico, es el toro bravo que galopa junto al caballo, lleno de empuje y de fuerza.

               El rayo que no cesa (1936), escrito en su mayor parte en sonetos, es un libro de temática eminentemente amorosa donde Hernández muestra un concepto del amor como destino trágico del hombre. Para reflejarlo, pondrá a su servicio un complejo conjunto de imágenes y símbolos  como el cuchillo y otros instrumentos del dolor, el rayo, el fuego y otros elementos de la naturaleza, animales como el toro… y todas ellas muestran ese atormentado mundo de amor y muerte que es El rayo que no cesa.

               Quizá el símbolo más repetido en este poemario sea el rayo. El rayo y otros elementos asociados al fuego representan la pasión, en oposición al hielo o la nieve que representan la frialdad de la amante esquiva. El concepto de amor que subyace en esta obra es el que significa un estado de convulsión, de pasión fatal, asociado no sólo con el rayo, sino también con la tormenta, el huracán o el vendaval. Pero el rayo no es solo pasión, es también una fuerza aniquiladora, es destrucción y angustia que llega desde el aire, convirtiendo así al amor en un sentimiento devastador y trágico, doloroso, atormentado. (“¿No cesará este rayo que me habita”?)

Con el rayo, el cuchillo y toda una serie de instrumentos que causan dolor, instrumentos de sacrificio. El cuchillo es una fuerza contradictoria (“Un carnívoro cuchillo”), mortífera, como la propia pasión amorosa, es un “rayo de metal crispado”El cuchillo, la espada, la guadaña, la espina, los puñales, el martillo… hieren de la misma manera el alma atormentada del poeta enamorado, representan un amor atormentado pero sin el que no se puede vivir. El amor provoca una herida profunda, una pena por el sentimiento no correspondido, una herida profunda en la que salen a relucir términos como cuchillo, rayo, fragua o infierno.

El toro es otro de los símbolos más poderosos de este poemario y uno de los más  repetidos a lo largo de toda su producción. Es símbolo de fuerza, virilidad, masculinidad, hombría y libertad. Se asocia a la pasión amorosa y al poder desmesurado.

Miguel Hernández usa la metáfora del toro para referirse al enamorado, al hombre que pasa y cruza las tragedias de la existencia. El poeta se identifica con el toro pues tiene una serie de debilidades, caracteres y valores que lo acercan al animal (“como el toro he nacido para el luto…”); Como el toro, soporta el luto, el dolor, el castigo, como él, ha nacido para la tortura y sólo la muerte es capaz de parar el dolor; comparten pues ese destino trágico. Pero la propia nobleza del toro también es, desde esta perspectiva, un elemento en común, pues el propio Miguel es también noble, como el toro.

El rayo que no cesa marcará un antes y un después en la obra poética de Miguel Hernández. A partir de aquí la temática cambia. Los libros que le siguen son los llamados “de guerra” (Viento del pueblo y El hombre acecha) y, aunque algunos de sus poemas son mera propaganda política, todos ellos mantienen una gran calidad literaria. Sin embargo, son fruto de su participación en la guerra y de su deambular por varias cárceles españolas, lo que dejará una marcada huella en toda la producción. Es una poesía de “compromiso”, llena de madurez y en la que los símbolos adquieren una significación renovada; las imágenes hasta ahora estudiadas multiplican su significación y a la vez aparecen imágenes y símbolos nuevos.  En Viento del pueblo y El hombre acecha la poesía se convierte en un instrumento de lucha. Las circunstancias que inspiran la poesía son distintas y, ahora, el drama y la tragedia muestran una poesía  invadida por la metáfora y el símbolo.

El rayo y el relámpago, igual de violentos que antes, ahora se relacionan con la agitación social, instan al levantamiento del pueblo para luchar contra la injusticia. Ahora se unen el destino trágico del poeta y el de todo un pueblo, todo un país, y la lucha y el enfrentamiento se representan con hachas, hoces, martillos, mazas y manos en forma de garras; es el germen de la poesía más social.

El poeta sigue cantando (“Vientos del pueblo me llevan” o “Sentado sobre los muertos”) pero ahora canta, no para él mismo ni para la amada, sino para el soldado que lucha en el frente, para los jornaleros, los campesinos…

En la poesía de guerra, como ya hemos dicho, se representa la agresividad y la cobardía, con sus contrarios, en imágenes del mundo animal. Por un lado, el toro, que, en sus cualidades de terquedad, nobleza, virilidad, entrega, fiereza, representa a la España republicana y su destino trágico, y acaba identificándose con España misma en “llamo al toro de España” (El hombre acecha). El toro representa también el orgullo del pueblo; muere de pie siendo fiel a su sangre y a su origen y se convierte en signo de arrogancia y gallardía. Frente a él, por otro lado, aparece elbuey, que, doméstico y manso, es la imagen de aquello a lo que ha sido reducido el pueblo en manos de sus explotadores: sujeción al poderoso, esclavitud… (“El niño yuntero”).

Miguel Hernández pone de relieve la necesidad de ser toro y no buey, indicando el camino de la lucha, de la rebelión (“Vientos del pueblo me llevan”)

El león aparece, en Viento del pueblo con las mismas cualidades que el toro, en oposición a los felinos que aparecen en El hombre acecha, que aparecen identificados con el bando contrario. Aquí, el felino tiene un comportamiento fiero, sanguinario y cruel, frente al toro como animal noble y poderoso.

Las aves dañinas y carroñeras representan toda persona, colectivo o fuerza que se oponga a la expansión de los ideales democráticos (“Los hombres viejos”, “El vuelo de los hombres” y “Madre España”. Frente al cuervo, la paloma encarna la inocencia en “Elegía primera”. Ciertas aves encarnan también la falta de valores y la presunción: el pavo real y la gallina. El caballo aparece como animal bravío y su galope sugiere el ansia de libertad. Los enemigos del pastor, los lobos y loschacales, también se relacionan con las fuerzas fascistas. Y lo mismo ocurre con los tiburones.

Viento del pueblo (1937), está escrito en formas estróficas como la silva, la décima, la cuarteta, el soneto alejandrino, serventesios de pie quebrado y los romances. Predominan los poemas de exaltación heroica y beligerante y, sobre todo, de tono social. Son éstos los que representan al mejor Miguel Hernández, al más auténtico (“El niño yuntero”, “El sudor”, “las manos” y “La canción del esposo soldado”).

En este poemario, que representa el entusiasmo bélico, la esperanza ante la posible victoria, la rabia y la fuerza de los trabajadores aparecen en los símbolos del fuego, el relámpago y el rayo(“Viento del pueblo”).

El fuego exalta al ejército y a sus héroes. La sangre derramada, que ya anuncia un destino trágico, se convierte en rayos; la sangre se eterniza en fuego porque la esperanza es también fuego. Elrayo también es el trabajo (“1º de mayo de 1937”). El trabajador vive en armonía con lo natural, (“las manos”).

En esta obra y en El hombre acecha se ha visto la presencia, no sólo del fuego, sino también del resto de los elementos aristotélicos: el agua, el viento y la tierra. Así, el trabajo convierte el aguaen un sudor que el poeta ha de ensalzar, un sudor que estrecha la relación entre el hombre y la tierra (“Jornaleros”) y levanta los olivos (“Aceituneros”). De hecho, el agua, en forma de saliva, mar, río o sudor, es un combatiente más (“Jornaleros”; “Fuerza del Manzanares”). La tierra “traga alemanes” y “muerde italianos” en “Campesino de España”, y del barro de la tierra se levanta el ejército republicano.

En El hombre acecha (1939) se advierte a un Hernández cansado ante el desalentador balance de muertes sin sentido, cárceles, heridos y odio. De estructura métrica y estética similar a Viento del pueblo, en sus temas esenciales conviene destacar la tensión generada entre dos fuerzas opuestas, una positiva y otra negativa, que a modo de antítesis vertebra las composiciones  con ideas como la justicia frente a la explotación, libertad frente a opresión, trabajo frente a hambre, y actitud heroica frente a la burocracia y a la asepsia. Subyace ahora una profunda amargura.

Ahora el toro aparece a veces vencido aunque en algunos poemas aún significa la lucha, la fuerza, y sirve para incitar al levantamiento y la lucha. A veces es la España que debe luchar contra todo lo que ponga en peligro su espíritu, avanzando con sangre de furia y rayo. Se aprecia, en alguna ocasión también una interesante oposición entre el toro y la tierra; el primero, representa lo masculino, lo paternal; la segunda, lo femenino, lo maternal, la madre, lo femenino el origen y el destino, pero será en Cancionero y romancero de ausencias donde este último significado aparezca en mayor medida.

Los cuatro elementos de la naturaleza a los que antes aludíamos adquieren matices distintos. Dos años de sangre han convertido el fuego en ceniza y ha secado el agua de los besos (“Llamo al toro de España”, “Pueblo”, “El vuelo de los hombres”) aunque hay poemas que aún muestran el espíritu combativo de Viento del pueblo, donde el fuego aún aparece como fuerza.

Desaparece el rayo casi totalmente. El hombre es ahora una fuerza acechante y hay un abismo entre él y la tierra, “se ha retirado el campo”. No obstante, el fuego, el fogonazo, la lumbre, lo volcánico son símbolo del deseo de purificación y significan también acción fecundante y regeneradora.

Al fuego se opone la nieve helada (“El soldado y la nieve”) y la tierra aparece como desencanto y señal de vida eterna en “Madre España”. La lluvia es ahora la de la sangre (“El tren de los heridos”) que inunda el mundo y enturbia el agua. A pesar de eso, los símbolos asociados a la luz y al agua tienen, muchas veces, valores positivos. Imágenes como resplandor, lucero, sol, rayo, aurora, mar, espuma, torrente simbolizan la energía purificadora, el dinamismo vital anhelado.

La sangre tiene un doble matiz: positivo, pues es un signo solar, representa la fuerza; y negativo, pues simboliza la destrucción.

Cancionero y romancero de ausencias (Escrito entre 1938-1941) se identifica con un tiempo de desgracias para Miguel Hernández: una guerra civil con un final desalentador, la muerte de su primer hijo, la condena inicial a pena de muerte, las cárceles, la enfermedad y la ausencia de los suyos. Todo ello le llevará a un proceso de intimidación, de reclusión en su “yo” lírico privado. Es un poemario construido casi a modo de diario íntimo, más cerca que nunca de la desnuda y esencial verdad humana.

La sangre es ahora una corriente que va hacia la muerte, un impulso, dolor, fuerza, tragedia; es la sangre de Miguel Hernández, de su esposa, de su hijo muerto.

Aparecen otros símbolos como el viento, el hoyo, el cuchillo, el vientre, la piedra, la espada, el olivo…

Ya no hay toro, sino términos que señalan la muerte: acechar, hachas, cuervo y, de manera insistente, cárceles y cementerios.

Aparece el símbolo del vientre. En “Menos tu vientre” éste es el centro de lo creado, de la fecundidad, del amor humano, la tierra donde crece la semilla de la vida. Varias veces aparecen asociados el vientre y el sexo femenino como símbolos eróticos, pero también como centro de la vida  y la plenitud amorosa, un refugio seguro. En ocasiones aparecen tras metáforas en las que predominan elementos de la naturaleza.

En este libro, aún hay ecos del dolor casi irresistible al contemplar una España destrozada y rota por la guerra, pero es ahora el dolor del soldado, del esposo separado de su esposa, del padre, del preso, el que subyace en una poesía en la que el poeta desnuda su alma y muestra la huella del dolor íntimo.

Aún así, hay algunos poemas que hablan de la derrota del pueblo, pero ya no hay exaltación sino desaliento, desesperanza. Su voz es la de la derrota (“Tristes guerras”). La muerte invade los versos de este poemario, representada por los hoyos, la tierra, el cementerio, las sombras. Ahora la muerte es más cercana, es la del hijo muerto.

               Pero la guerra se aleja y llega una nueva exaltación del amor en imágenes llenas de pasión (“Hijo de la luz y de la sombra” “Antes del odio” ; libre soy, siénteme libre. Sólo por amor) El amor que lo hace libre da paso a la esperanza por su próxima paternidad, representada en el vientre de la amada (“Menos tu vientre” y “Nanas de la cebolla”)

               Desgraciadamente, con la muerte del hijo la luz se vuelve a apagar y llegan las sombras, la tristeza, la tragedia (“A mi hijo” y “Era un hoyo muy grande”)

               La lluvia y la flor representan también al hijo muerto, mientras los pájaros representan la libertad. La lluvia también simboliza la angustia existencial del prisionero (“llueve tiempo”)

               En general, las imágenes del agua son bastante interesantes: agua turbia, agua removida, hielo, agua de distancia. Las pasiones son el agua turbia y es agua removida el odio que habita el corazón del hombre. El agua es destructora, el mar borra el amor, la vida y el hielo negro es el hambre, con la escarcha como único alimento (“Nanas de la cebolla”).

               La tierra es tenebrosa y reseca, sedienta del cuerpo del poeta.

No hay fuego y el rayo significa la fugacidad del tiempo, que hace envejecer. El rayo, los huracanes, el viento enconado quieren separar a los amantes y el viento también lleva al poeta a la muerte (“Voy alado a la agonía”). Finalmente, la esperanza en el nacimiento del segundo hijo, hace aparecer el rayo como fuerza, energía y enciende la esperanza.

               Por último, se puede apreciar aquí también imágenes solares asociadas al hijo muerto o al segundo hijo que nacerá. Se les equipara o son sustituidos en numerosos poemas con el sol y sus propiedades o sus efectos, y en términos como amanecerdía

Y para terminar, queremos condensar todo lo hasta ahora comentado en unos versos, desde los cuales debemos tratar de entender toda su obra: “ Es mi persona / una torre de heridas / que se desploma”.