martes, 3 de marzo de 2015

Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández

5. Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández

               A la hora de llevar a cabo un análisis de la trayectoria poética de Miguel Hernández, hemos de tener en cuenta que sus inicios como escritor se corresponden con los de un aprendiz de poeta que, como lo calificó Dámaso Alonso, se convirtió en un “genial epígono” de los grandes autores clásicos, hasta que llegó a descubrir su propia voz poética. A su vez, hemos establecido unas etapas que se corresponden con distintos momentos de su devenir poético.

5.1. El aprendiz de poeta  (1910-1931)

               Una primera etapa vendría marcada por los balbucientes escarceos del pastor-poeta oriolano, observador agudo y perspicaz de cuanto existe a su alrededor -en especial, los elementos de la naturaleza y el paisaje levantinos- y admirador de poetas como Virgilio (a través de las versiones de fray Luis de León), San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Garcilaso, Góngora, Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío, Antonio Machado y, de forma muy particular, su paisano Gabriel Miró, de quien el propio Miguel Hernández se confesaba deudor, por ser el escritor que más le influyó durante el periodo anterior a 1932. Algo más tarde, recibirá la influencia de Calderón y de Quevedo, para regresar nuevamente a Góngora.

Además de Miró, otra persona que marcó poderosamente al joven Hernández fue su amigo José Marín (Ramón Sijé), a quien conoció en 1929, en la redacción de la revista oriolana Voluntad. Él fue quien contagió a Miguel el amor por los clásicos y quien, junto con don Luis Almarcha, canónigo de la catedral de Orihuela, tuvo una importantísima influencia durante su etapa de formación literaria, al tiempo que contribuyeron a forjar su inicial militancia católica.

En sus primeras creaciones, elaboradas en torno a los dieciséis años, Miguel escribe versos de gran sonoridad, con ritmos y extensión variados, imitando a escritores como Gabriel Miró, Bécquer, Rubén Darío, Gabriel y Galán o el murciano Vicente Medina.

               En la mayor parte de estas primeras composiciones -muchas de ellas inéditas y otras publicadas en semanarios y revistas de Orihuela, entre enero de 1930 y mayo de 1931-, se observa una gran capacidad para la percepción del mundo bucólico pastoril y para expresar las sensaciones que le provoca el paisaje de su tierra. Pero en ellas hay escasa originalidad y muy pocas referencias autobiográficas. Sí, en cambio, son muy abundantes las escenas mitológicas -Diana, Leda, Apolo, Febo, Helios, Hiperión, Orfeo, Medusa, Dafne, Eurídice, etc.- y los ambientes orientales, todo ello como resultado de su gusto por el romanticismo y el modernismo.

5.2. Por el camino de la modernidad y la vanguardia (1932)

               El 30 de noviembre de 1931, Miguel Hernández emprende su primer viaje a Madrid, con la ilusión y la esperanza de que ver reconocida la todavía incipiente creación de ese “pastor un poquito poeta”, como él mismo se autodefine en la carta que ese mismo mes dirige a Juan Ramón Jiménez pidiéndole que lo reciba en su casa y lea los poemas que lleva escritos.

               Pero lo cierto es que, a pesar de las recomendaciones favorables de algunas personas, no obtiene los frutos apetecidos y se ve obligado a regresar a Orihuela, el 15 de mayo de 1932. No obstante, la dura experiencia ha merecido la pena, pues ha podido constatar que su nivel poético no está a la altura de lo él que ha alcanzado a ver en la capital de España. De ahí su decisión de acercarse hacia los movimientos vanguardistas y de renovar su lenguaje, su técnica y su estilo, de modo que le permitan expresar de forma mucho más adecuada y actual, especialmente gracias a la metáfora, todo aquello que constituye su bagaje cultural y humano.

               Para dicho acercamiento a la poesía vanguardista, hay un acontecimiento que resultó de capital importancia: la conmemoración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, en 1927. Será a partir de entonces cuando Miguel entre en contacto con la poesía de Rafael Alberti (Cal y canto, 1927), Gerardo Diego (Fábula de Equis y Zeda, 1929) y Jorge Guillén (Cántico, 1928). Aunque, sin duda alguna, el mayor influjo fue el de la llamada poesía pura de Jorge Guillén -también, por qué no, aquella poesía pura, desnuda de artificio, de la que tanto hablara el maestro Juan Ramón Jiménez-.

               Será entonces cuando comience a cultivar el endecasílabo, las octavas reales, las décimas y el gusto por la metáfora elaborada, que darán como resultado su libro Perito en lunas(publicado en la editorial La Verdad, el 20 de enero de 1933). El mismo título del libro se muestra cargado de recónditas sugerencias. Por un lado, la palabra perito nos hace pensar en la idea de un oficio en el que el poeta se muestra como entendido o experto. Y, por otro, su experiencia parece radicar en aquello que resulta misterioso, cargado de ensoñación o de embeleso, como son esas lunas, en plural, o esas estrellas puras, “en delirio callado de tormentas deliciosas” que menciona su amigo Ramón Sijé en su prólogo a la primera edición de Perito en lunas.

               En este discurrir por la senda gongorina, algunos de sus mejores modelos serán los poetas del 27, entre ellos su siempre admirado Federico García Lorca, de quien pudo recibir, entre otras influencias, el motivo de la luna, especialmente a partir de la lectura de su Romancero gitano (1928);  o las versiones actualizadas de la poesía de Góngora, como la del Alberti de Cal y canto; o, como señala Gerardo Diego al referirse  a los acertijos poéticos de Perito en lunas, un estilo muy cercano a las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, quien, desde 1910, había empezado a dar a conocer esa especie de particular juego poético vanguardista, afirmando que sus conocidas greguerías eran el resultado de unir metáfora y humor, gracias a lo cual conseguía definir -con enormes alardes de imaginación, intuición y capacidad de observación-, muchos de los objetos que configuran la vida cotidiana. Así, por citar algunos ejemplos: “El agua se suelta el pelo en las cascadas”, “La palmera ancla la tierra al cielo”, “El cocodrilo es un zapato desclavado” y “Las flores sin olor son flores mudas”.

5. 3. El descubrimiento del amor (1934-1936)

               Con la publicación de El rayo que no cesa (terminado de imprimir el 24 de enero de 1936, aunque su gestación como libro es anterior a esta fecha), Miguel Hernández aparece como un poeta que ha asimilado plenamente la influencia de Quevedo y del dolorido sentir garcilasiano, así como la forma estrófica del soneto. Todo lo cual le sirve para expresar a la perfección su pasión de enamorado, después de haber iniciado, en el otoño de 1933, una relación con la que acabaría siendo su esposa, Josefina Manresa. Su amor será fuente de poesía, mediante la expresión de sus más íntimos sentimientos, deseos y agonías, en lo que se ha dado en considerar un “desgarrón afectivo”, con un estallido de pasión, cegadora y fulminante, como la del rayo que da título al libro. Y, junto a este neorromanticismo, encontramos la presencia de determinados símbolos, como el cuchillo, el rayo, la espada, el fuego, el naufragio o el toro.

               Por otra parte, también se puede observar la influencia del Pablo Neruda de Residencia en la tierra -a quien había conocido en el verano de 1934 y con el que entabló una profunda amistad- y la de Vicente Aleixandre, con el que inició una excelente relación a partir del 23 de septiembre de 1935, cuando Miguel le pidió un ejemplar de su libro La destrucción o el amor.  

Precisamente, fue Pablo Neruda quien fijó los presupuestos estéticos de la llamada “poesía impura”. A partir de ahora, a Miguel le preocupa profundamente el problema de la existencia humana y, en particular, el de su vida particular y concreta, llena de amor y de dolor, de ansiedad y de deseo, a la que trata de aferrarse con todas sus fuerzas. De ahí la pasión atormentada que impregna algunos de sus mejores versos, al igual que sucede con la soledad, la pena y la tristeza. Y es así como aparecen las tres constantes que constituyen la clave de su obra; las famosas tres heridas: la vida, el amor y la muerte.              

A última hora, Miguel Hernández incorpora su famosa “Elegía” a Ramón Sijé, tras la súbita e inesperada muerte de su amigo, el 24 de diciembre de 1935, en Orihuela. Compuesta en tercetos encadenados, el poeta se inserta en la tradición literaria de las elegías fúnebres, que tan maravillosos ejemplos ofrece en nuestra poesía y una de cuyas más emotivas muestras la podemos encontrar en las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique o en el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca.

5.4. La poesía revolucionaria (1937-1939)

               Con el estallido de la guerra civil, la poesía de Miguel Hernández da un giro radical hasta llegar a convertirse en esa especie de paradigma, casi de mito, para quienes vieron en él al poeta comunista, luchador y mártir por la causa de la libertad, al tiempo que se olvidaban de aquel otro Miguel Hernández otrora cultivador de la poesía clásica y aferrado a un ferviente catolicismo.

               Su producción bélica se puede resumir en dos libros de poesía: Viento del pueblo(1937) y El hombre acecha (1939), bastantes diferentes en cuanto a registros poéticos.

               En septiembre de 1936, Miguel se enrola como voluntario en el Quinto Regimiento del bando republicano, comenzando así su faceta de poeta-soldado. El 9 de marzo de 1937 se casa civilmente con Josefina Manresa en el juzgado de Orihuela. Y el 9 de diciembre de 1937 nace su primer hijo, Manuel Ramón, mientras Miguel se encuentra en la batalla de Teruel.

               Mientras tanto -entre el verano de 1936 y el verano de 1937- el poeta ha ido componiendo su libro Viento del pueblo, que ve la luz en el verano de 1937. Un libro en el que vemos a un escritor profundamente enraizado en el pueblo, que se hace eco de las inquietudes populares con una marcada tonalidad épico-lírica, en consonancia con el modelo que habían fijado poetas como, por ejemplo, Rafael Alberti, con su poesía combativa, revolucionaria y surrealista. Y, también, influido, entre otros, por el poeta argentino Raúl González Muñón, amigo de Miguel, quien había escrito en 1935 su libro La rosa blindada (Homenaje a la insurrección de Asturias y otros poemas revolucionarios), hecho que pudo influir en la elaboración, entre otros textos, del drama hernandiano Los hijos de la piedra, centrado en la revolución de los mineros asturianos en octubre de 1934.

               Para Miguel, la poesía es esencia del pueblo y tiene su origen, su raíz, en la tierra misma, y su destino es el pueblo. Así lo pone de manifiesto en la dedicatoria del libro, hecha a Vicente Aleixandre, cuando habla de que el cimiento de los poetas es la tierra y el destino es parar en las manos del pueblo. Y quienes “se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía”. Los poetas -escribe Miguel- “somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

               Ha llegado el momento del poeta soldado, del esposo soldado, que se deja arrastrar por los acontecimientos bélicos y carga su poesía de imágenes llenas de dureza, de elementos metálicos, de armas. Por consiguiente, la muerte aparece representada por un guerrero medieval “con herrumbrosas lanzas y en traje de cañón”. Además, la guerra hace que los claveles se transmuten en disparos, y los toros en fundiciones de hierro y de bronce.

               Ahora es cuando la poesía impura de Neruda y de Aleixandre adquiere su plena corporeidad y cuando los poemas se llenan de imágenes surrealistas, cargadas de irrealidad y de elementos visionarios, con los que compone encendidos poemas de contenido elegíaco y social, en los que se aprecia un cierto optimismo, una cierta esperanza en la victoria.

               Al mismo tiempo, lleva a cabo una renovación métrica, dando paso a la silva, la décima, la cuarteta, el soneto alejandrino, los romances, los serventesios de pie quebrado. Y, con estos metros, elabora 25 excelentes muestras de esa poesía profética -que decía él- encargada de “propagar emociones y avivar vidas”. Como lo hace con la “Elegía primera”, un texto inspirado por el asesinato de García Lorca y cargado de ese característico tono elegíaco de Miguel Hernández. O con la “Canción del esposo soldado”, en la que trata por todos los medios de sembrar una nueva vida, en medio de la destrucción, el caos y la muerte.

               Si en Viento del pueblo habíamos podido observar cómo la tristeza podía llegar a empañar algunas de sus poesías más sentidas y entrañables, en El hombre acecha el tono es mucho más pesimista y negativo. Porque el poeta ha podido comprobar, de primera mano, la realidad de aquel famoso aserto según el cual “el hombre es un lobo para el hombre”, o, como diría Gracián, “el hombre tiene la intención más torcida que los cuernos de un toro”.

El hombre combate contra el tiempo, y el tiempo va acabando con él. El hambre se va extendiendo y enseñoreando de todo; pero, como siempre, atacando duramente a los más pobres. Las cárceles, que constituyen un nuevo símbolo, van con sus fauces abiertas en busca de hombres y de pueblos enteros con los que satisfacer su apetito voraz e insaciable. Los trenes circulan llenos de sangre y van derramando piernas, brazos y ojos, al tiempo que siembran rastros de amargura.

               Y, en medio de ese clima de muerte y podredumbre, Miguel invoca a los poetas:Aleixandre, Neruda, Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Machado, Juan Ramón o León Felipe.A ver si, entre todos, pueden hablar de aquello que siempre ha constituido el quehacer de los poetas: llevar a las gentes un mensaje lleno de locura amorosa, de fe en el ser humano, de unidad, de comprensión, de solidaridad y de justicia.

5. 5.  La cárcel y la muerte (1939-1942)

               El que sería su último libro, Cancionero y romancero de ausencias, compuesto entre octubre de 1938 y septiembre de 1939, fue entregado por Miguel a su esposa en dicho mes de septiembre y permanecería inédito durante varios años.

               Esta primera versión, en forma de cuaderno, es una especie de diario íntimo compuesto por 79 poemas en los que recoge, de forma muy intimista no exenta de cierta resignación, episodios de su vida como pueden ser, por citar algunos ejemplos, la muerte de su primer hijo, la alegría por el nacimiento del segundo, la dura separación de la esposa amada, los momentos finales de la guerra y las consecuencias de la derrota, incluida la condena a pena de muerte. Posteriormente, el poeta continuaría escribiendo algunos textos más hasta 1941, de manera que los editores llegaron a recoger unos ciento treinta poemas.

               En este libro, en el que Miguel Hernández alcanza la expresión de su madurez poética, observamos cómo la metáfora se eleva hacia sus cotas más altas de perfección y de expresividad, no exenta de cierto sabor surrealista, y cómo el poeta prescinde de todo aquello que resulte superfluo o no sea absolutamente esencial. De ese modo, nos encontramos ante una poesía que busca, ante todo, la verdad humana y que se muestra casi desnuda de artificio –hasta suele elidir elementos gramaticales y signos gráficos-, como aquella poesía de inspiración juanramoniana, que hemos podido ver en sus primeros tiempos.

Una poesía, además, plasmada en poemas breves y versos cortos -algunos de ellos podrían ser considerados auténticas sentencias quintaesenciadas-, con metros más tradicionales, en forma de canciones, romances, romancillos y coplas, en la que son muy frecuentes los paralelismos, las correlaciones, las similicadencias, las reduplicaciones y los versos en forma de estribillos, con un  claro predominio de la rima asonante, aunque en algunos poemas encontramos rima consonante (como es el caso, por ejemplo, del poema “No quiso ser”). Todo ello contribuye a dotar a sus poemas de cierta musicalidad y a situarla en evidente cercanía con esa poesía de inspiración neopopular que, en ocasiones, nos recuerda a su admirado Federico García Lorca.

               En cuanto a los diversos asuntos tratados por el poeta, nos parece interesante destacar aquellos que están referidos al ámbito familiar: los besos a la mujer amada; la ausencia y la distancia -que acrecientan aún más las tres famosas heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida-; el vientre de la amada; la muerte de su primer hijo; el nacimiento del segundo; la guerra; la cárcel, o el hambre. Y, en cuanto a los temas tratados, hay que apuntar que, junto a los ya habituales en su poesía anterior, cobran especial protagonismo las aves, el olivo, la higuera, el mar, la tierra y el ataúd.

               Todos estos temas dotan a sus poemas de una verdadera voz propia, muy intimista, gracias a la cual el poeta se aparta de muchas de las influencias literarias recibidas hasta el momento, para adentrarse en la búsqueda de sus raíces personales, en lo más íntimo de sí mismo. Así parece indicarlo la nota que escribió en la tapa del cuaderno entregado a su esposa: “Para uso del niño Miguel Hernández”.

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