jueves, 19 de febrero de 2015

Apuntes de Miguel Hernández

LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ


1. VIDA, AMOR Y MUERTE EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

Introducción al tema del amor en la poesía de Miguel Hernández
En la poesía de Miguel Hernández se puede hablar de tres grandes temas expresados ya por él en el poema “Llegó con tres heridas”, perteneciente a su obra Cancionero y romancero de ausencias:


Llegó con tres heridas
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.



               Tres temas que estarían íntima e indisolublemente unidos para el poeta al igual que parece ser algo consustancial al ser humano.

La vida y la muerte en la poesía de Miguel Hernández

El mundo poético de Miguel Hernández se puede concentrar, pues, en este hondo tríptico de elementos en perfecta correspondencia mutua: el amor, la vida y la muerte. Toda su obra lírica gira en torno a estos tres temas: el amor, la vida y la muerte.

Puede verse un proceso en su poesía, por el cual la vida pasa de ser una simple excusa para hacer una poesía muy elaborada (Perito en lunas), a convertirse en el tema central y llano, eliminando prácticamente la elaboración literaria en Cancionero y romancero de ausencias, libro donde la vida y la muerte toman el protagonismo absoluto a través de una expresión breve, sencilla, directa. Entre esos dos extremos, la vida y la muerte mantienen diferentes relaciones en El rayo que no cesaViento del pueblo y El hombre acecha.

En Perito en lunas, Miguel Hernández toma como materia poética lo exterior, los elementos naturales y cotidianos de su vida de pastor, pero pasados por sus fervorosas lecturas juveniles de los clásicos y por su deseo de adquirir una técnica poética que sublimara esas experiencias vitales vulgares.  

El amor antes de El rayo que no cesaEl silbo vulnerado.
Para entender esta evolución es muy importante tener en cuenta la adolescencia católica de Miguel Hernández. Sus primeros años de juventud estuvieron dominados por una visión religiosa de la vida y la literatura, pues su mentor literario en estos años fue el joven Ramón Sijé, de ideología radicalmente católica. Miguel Hernández deja ver la huella de esta doctrina católica en toda su poesía anterior a El rayo que no cesa, El silbo vulnerado, una colección de poemas amorosos escritos en 1934 y que suponen la base de lo que luego será El rayo que no cesa.

En El silbo vulnerado el amor aparece indisolublemente unido al dolor. Este dolor proviene muchas veces de la ausencia o el rechazo de la amada, pero también forma parte de su carácter trágico la influencia religiosa antes mencionada. Por ello, el amor se valora muchas veces de forma negativa, como algo pecaminoso que impulsa un sentimiento de culpabilidad y rechazo ante el deseo erótico.

El amor en El rayo que no cesa
Por un lado, el libro está escrito entre 1934 y 1935, época en que el joven Miguel Hernández sale de su pueblo para vivir en Madrid. Este cambio de ciudad significa también un alejamiento del ambiente tradicional, conservador y religioso de Orihuela y de la influencia católica de Ramón Sijé. Miguel Hernández, imbuido en el espíritu de libertad de la Segunda República, empieza a desarrollar una idea del amor mucho más vital, que sitúa al cuerpo, a la tierra, al hombre y a la mujer en el centro de un pensamiento en el que el sentido del pecado y de la culpa va desapareciendo.

Por otro lado, esta estancia en Madrid supone también la ausencia de la amada, de su novia del pueblo, Josefina Manresa, a la que dedica el libro (“A ti sola, en cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera tuya”). Esta ausencia, así como una ruptura que duró hasta 1936, un poco antes de la publicación del libro, hacen que el tema del amor en El rayo que no cesa esté continuamente asociado a “la pena”: es un amor trágico, doloroso, marcado por la ausencia. También para entender algunos de los poemas de este libro hay que tener en cuenta otros datos que su biógrafo y autor de la antología de Austral pone a nuestra disposición: la aproximación de Miguel Hernández a María Cegarra y a Maruja MalloMaruja Mallo, pintora del grupo madrileño llamado “Escuela de Vallecas” sería la mujer con la que Miguel Hernández mantuvo una estrecha relación personal y profesional desde que la conoció en casa de Pablo Neruda.

Puede decirse que en El rayo que no cesa, la concepción del amor se realiza desde un sentido sensual y trágico. Inspirado a la vez en la ausencia de la amada, y por la imposibilidad de consumar físicamente su amor, lo platónico y lo espiritual del tema amoroso se convierte aquí en violenta expresión telúrica, llamada de la carne y de la tierra que se asocia con la pena y con la muerte.

Así, por ejemplo, los símbolos del rayo y el cuchillo llevan el tema de la pena amorosa más allá del simple hecho biográfico de la ausencia de la amada. El “carnívoro cuchillo” del primer poema del libro resume en cierto modo el carácter trágico que el poeta quiere dar al tema amoroso: es una herida continua, un rayo que no cesa. El cuchillo, el rayo, son la pena amorosa y no solo amorosa, también vital, el sentimiento trágico de la vida. Por tanto, es importante remarcar que la unión depena y amor no puede interpretarse solo biográficamente como “la ausencia de su novia”: adquiere un componente trágico.

Pero el símbolo que mejor representa estas dos vertientes amorosas que acabamos de explicar es el símbolo del toro. En él se concentra, por un lado, ese sentimiento trágico y doloroso que excede lo puramente amoroso (Como el toro he nacido para el luto / y el dolor…) pero, al mismo tiempo, ese toro al que Miguel Hernández recurre varias veces en este libro, representa, en una unión simbólica compleja, esa lucha anteriormente mencionada: el enamorado es como un toro ( animal, viril, pasional) que embiste ciegamente contra la amada que huye de él, le burla, le clava espadas convirtiéndolo en un ser nacido para la muerte y el dolor (Como el toro te sigo y te persigo, / y dejas mi deseo en una espada, / como el toro burlado, como el toro.).

Por otra parte, en este libro, la muerte aparece (al margen del amor) en la “Elegía” que escribió a la muerte de su amigo Ramón Sijé. En este poema, la muerte se muestra como algo completamente ajeno y brutal (Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida…) que le arrebata a su amigo. Como en el amor, el protagonista absoluto de este libro es el “yo” del poeta, por lo que aquí, al hablar de la muerte de su amigo, se centra también en sus sentimientos, en su dolor (No hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuros / y siento más tu muerte que mi vida). La vida, la muerte, la tierra tienen aquí un sentido negativo, como un bloque enfrentado al poeta, que se queda fuera de ese cosmos duro e insensible: No perdono a la muerte enamorada, / no perdono a la muerte desatenta, / no perdono a la tierra ni a la nada.

La vida y la muerte en Viento del pueblo El hombre acecha
Los libros Viento del pueblo y El hombre acecha no tratan apenas el tema amoroso, por ser dos poemarios de guerra.

Con Viento del pueblo la vida sigue siendo la protagonista de la poesía de Miguel Hernández y, puesto que su vida ahora es la defensa de la República frente al golpe de estado franquista, este será un libro de guerra. El protagonismo del “yo” que caracterizaba a El rayo que no cesadesaparece. También la compleja elaboración literaria de Perito en lunas. Se trata ahora de una poesía puesta al servicio de una causa: la defensa de la República.

Puesto que es un libro de guerra, escrito durante la contienda y con el fin de animar a los soldados, es una obra donde la vida y la muerte están continuamente presentes. La muerte es algo cotidiano, que sucede a cada momento. Pero ya no se considera, como en la “Elegía” a Ramón Sijé, desde un punto de vista exclusivamente subjetivo, sino que empieza ya Miguel Hernández a incluirla en un sentido  cósmico y panteísta. La tierra entera, la naturaleza, los astros, las piedras, son una unidad con el hombre que lucha por la libertad. La guerra es planteada por el poeta en un sentido absoluto y épico, y la muerte se presenta, en este sentido, de diversas maneras que coinciden todas ellas en la exaltación final de la vida y de la lucha por la libertad.

Así, en algunas ocasiones encontramos la muerte como acto heroico, que ha de asumirse con naturalidad y con orgullo de héroe: Si me muero, que me muera / con la cabeza muy alta y con una actitud altiva que exalta, en la muerte del guerrero, la vida misma en todo su esplendor: Aquí estoy para vivir / mientras el alma me suene, / y aquí estoy para morir, / cuando la hora me llegue.

Puesto que la guerra se caracteriza por la negación de la individualidad en favor de una idea o causa común, también encontramos que la muerte de un guerrero, de un compañero de lucha, se niega como un fin absoluto. El compañero caído sigue vivo en la contienda, en la leyenda, en lo heroico. Así ocurre en la “Elegía segunda” dedicada a la muerte de Pablo de la TorrienteNo temáis que se extinga su sangre sin objeto, / porque este es de los muertos que crecen y se agrandan / aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.

Lo más destacado es la integración del hombre en la naturaleza y en la vida entendida como algo más allá de la subjetividad individual. El hombre es parte del cosmos, de los grandes ciclos astrales y naturales. Las manos, el sudor, la sangre, el trabajo, la tierra…son una misma cosa. Esta elementalidad es la vida para Miguel Hernández, y no las convenciones sociales, religiosas o económicas: Andaluces de Jaén, /aceituneros altivos, /decidme en el alma: ¿quién, / quién levantó los olivos?// No los levantó la nada, / ni el dinero, ni el señor, / sino la tierra callada, / el trabajo y el sudor. // Unidos al agua pura / y a los planetas unidos, / los tres dieron la hermosura / de los troncos retorcidos.

Pero no todos los hombres entran en ese vitalismo panteísta. Solo los humildes y los que luchan por la libertad, solo los campesinos que están en contacto puro con la tierra. El vitalismo de Miguel Hernández convierte lo político de la guerra en una cuestión vital y elemental: la lucha de la naturaleza y la vida auténtica contra inautenticidad de los hombres que niegan ese vitalismo, que le ponen límites jurídicos, religiosos, que lo explotan económicamente. Este enfrentamiento político-vital se da especialmente en los poemas “Las manos” y “El sudor”: Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos / en el ocio sin brazos, sin música, sin poros, / no usaréis la corona de los poros abiertos / ni el poder de los toros.

Con El hombre acecha ese panteísmo vital que caracterizaba la poesía de lucha de Viento del pueblo cambia su signo aunque mantiene esencialmente el mismo concepto telúrico y cósmico unido a lo humano. Pero mientras que antes se trataba de un vitalismo optimista y heroico, en este libro en que la derrota de la guerra ya se siente cercana, se torna en un panteísmo oscuro de la muerte.

La muerte lo llena todo, el mundo se oscurece y se hace frío. La presencia constante de la muerte separa incluso al hombre de la naturaleza. La unión que hemos visto antes entre el hombre y la naturaleza a través de los olivos se vuelve ahora, con la inminencia de la derrota, en separación: ¡Qué abismo entre el olivo / y el hombre se descubre! (…) Hoy el amor es muerte, / y el hombre acecha al hombre.

Ante este triunfo de la muerte, de lo inauténtico, la plenitud heroica de la vida y del guerrero del libro anterior va desapareciendo y dejando paso a una visión más trágica, en la que el hambre, elfrío, las cárceles, los heridos de guerra van llenando de oscuridad y pesimismo el vitalismo de Miguel Hernández. Sin embargo, aunque tocado con un tono más sombrío y menos exaltado, el panteísmo persiste, la vida del hombre se entiende y se justifica, incluso en esta situación de pérdida y oscuridad, en la totalidad de la naturaleza.

En Cancionero y romancero de ausencias encontramos que la vida y la poesía se confunden definitivamente. Acabada ya la guerra, encerrado en una cárcel lejos de su mujer y su hijo, Miguel Hernández usa la poesía como un medio a través del cual la vida se transforma en palabra de una forma sencilla, sin retórica, sin ninguna intención más allá de la simple expresión de sus sentimientos vitales más íntimos.

Ahora encontramos la muerte más cercana que nunca y ya sin el sentido heroico de la guerra. La muerte le alcanza primero en la muerte de su primer hijo, con solo diez meses de vida; pero está también presente en la cárcel, como futuro inminente, como condena de muerte, como suerte de todos sus compañeros cercanos y lejanos: El cementerio está cerca / de donde tú y yo dormimos.

La cercanía de la muerte se expresa sin dramatismo, con cotidianeidad. En unas ocasiones, la muerte se asocia al “yo” del poeta (Llevadme al cementerio / de los zapatos viejos) y entonces el hondo pensamiento de la vida y la muerte adopta la forma clásica de la brevedad de la vida que acerca a Hernández a Manrique, Quevedo o Calderón: Mañana no seré yo: / otro será el verdadero. / Y no seré más allá / de quien quiera su recuerdo.

El poeta no busca la superación de la muerte en un mundo trascendente, sino en el amor conyugal, que obtiene dimensiones y trascendencia cósmica, y en el hijo, que perpetuará a los padres hasta la eternidad. El amor vuelve a unirse a los temas de la vida y de la muerte, el amor supera la muerte, la fecunda en el hijo, que perpetúa a los padres hasta la eternidad: Pero no moriremos. Fue tan cálidamente / consumada la vida como el sol, su mirada. / No es posible perdernos. Somos plena simiente. / Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.

El amor en Cancionero y romancero de ausencias
Sin embargo, la visión del amor hacia la que evoluciona Miguel Hernández encuentra su culminación en su último libro: Cancionero y romancero de ausencias.

La visión del amor es ahora totalmente física y corporal. Nada queda de ese catolicismo del pecado y la culpa asociados al cuerpo y al deseo. Al contrario: el amor se erige en religión más allá de lo espiritual. El amor se convierte en sentido de la vida, en resumen de la vida y la muerte, en la clave central (Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor.)

Por tanto, el hecho de que el amor se asocie ahora a lo corporal y terrenal, no quiere decir que se vulgarice o se reduzca a una función fisiológica. El amor se convierte en fuerza motriz del mundo. Aquí el amor se centra en las figuras de la esposa, del vientre y del hijo. Abandona ya la exploración en soledad de lo que el amor suponía en su subjetividad, como vimos en El rayo que no cesa. Ahora no es él, el enamorado, el protagonista del amor. Es simplemente un elemento más en el cosmos amoroso, un esposo de su esposa, un padre para el hijo, una parte dentro del elemento amoroso que el cosmos pide al hombre.

El enamorado se convierte, no en toro que sufre la soledad y el rechazo, sino en el poeta que canta al vientre de su esposa, que canta al acto amoroso entendido como origen del universo, que canta a los cuerpos que engendran una nueva vida en el hijo. Los símbolos amorosos que mejor expresan el tema del amor en este libro son, por lo tanto, el de la esposa y el hijo.

La dimensión cósmica que lo corporal y fértil de la esposa cobra en la visión amorosa de Miguel Hernández se muestra claramente a lo largo del poema “Hijo de la luz y de la sombra”: La sombra pide […] que nos echemos tú y yo sobre la manta, / tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida. / Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta, / con todo el firmamento, / la tierra estremecida.

El hijo es otro de los elementos del amor, especialmente en el Cancionero. El niño, como garantía de perpetuación y eternidad. En el poema Hijo de la luz y de la sombra  el hijo forma parte de esa exigencia cósmica y carnal que empuja a los esposos al amor. El hijo se convierte en sinónimo de amor, es lo que enlaza el tú y el yo de esposo y esposa: Para siempre fundidos en el hijo quedamos; / fundidos como anhelan nuestras ansias voraces: / en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos, / en un haz de caricias, de pelo, los dos haces. Con la inclusión del hijo, de este tercer elemento en la dualidad de la pareja, queda definitivamente superado el sentimiento amoroso de El rayo que no cesa, basado en el “yo” que sufría el rechazo del “tú”. Ahora el “yo” casi no tiene importancia, con lo que tampoco es la amada el único objeto del amor: No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia / y en cuanto de tu vientre descenderá mañana. 

Para alguien como Miguel Hernández, que vino al mundo con tres heridas y que ve cómo la vida se le escapa a chorros al tiempo que, inexorablemente, le conduce a los helados brazos de la muerte, sólo y exclusivamente le queda el consuelo del amor vivido y del amor que pueda existir, como decía Quevedo, más allá de la muerte.

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