viernes, 20 de febrero de 2015

EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ.

En Miguel Hernández se aprecia una gran conciencia y dimensión, comprometida y premeditada, en lo cultural, lo social y lo político. Sin embargo esta conciencia no está en su obra desde el comienzo, sino que se va desarrollando e introduciendo a medida que Hernández va entrando en contacto con el mundo externo a Orihuela. Al principio, este compromiso social es conflictivo, supone una vacilación entre lo que es y lo que quiere ser. Lo que es (hijo de pastor, más o menos pobre, e incomprendido y oprimido por un padre de actitud intransigente) lo hace incompatible con lo que quiere ser, hombre culto y poeta.

Hasta 1934 nuestro autor es un hombre libre del fervor religioso aunque sí que se viste con los ropajes de un catolicismo ingenuo, que podemos apreciar en sus primeros poemas. Su vida de escolar en colegios católicos, la influencia de Luis Almarcha y fundamentalmente de Ramón Sijé, además del hecho de vivir en Orihuela, un pueblo cargado de religiosidad y tradicionalismo, hacen ineludible esta situación.
              
Por su trabajo y su entorno familiar y social, Miguel Hernández es sensible al mundo real y a la situación de pobreza y miseria de la Orihuela de la época. Aunque ya aparecen gestos críticos, no alcanza a censurar abiertamente esa situación, llegando incluso a justificar el comportamiento de las clases conservadoras y terratenientes.

Entre 1934 y 1935 lo encontramos aún cercano a la situación anterior, pero ya va poniendo sobre la mesa los grandes problemas que atraviesan Orihuela y España en general. Se solidariza con los oprimidos, critica la explotación y culpa de ello al hombre, responsable por su mal hacer. Considera que es necesario cambiar la forma de actuar de los ricos terratenientes, que son los opresores, para que los oprimidos dejen de serlo.

Es en esta época cuando aparecen las primeras críticas a la religión católica, acercándose al agnosticismo.

               La represión de los sucesos de Asturias y los asesinatos de Casas Viejas provocan en Miguel Hernández profundos desengaños y constata que sus íntimos no comparten sus puntos de vista. En Madrid buscará la ratificación de estas ideas que empiezan a germinar en él. Y es allí, en Madrid, cuando entra en contacto con Rafael Alberti, Pablo Neruda y otros intelectuales que empiezan a acercarle a la ideología de partidos y sindicatos obreros y a relacionarlos con la lucha de clases. Comienza entonces a formarse una verdadera mentalidad crítica, política y social. Su poesía y su teatro exponen el drama social del estado español pero, aunque ve la injusticia, aún no la relaciona con la desigualdad, la explotación o la lucha de clases.

               Es interesante destacar el hecho de que, mientras en el primer periodo al que nos hemos referido encontramos a un Miguel Hernández más centrado en sí mismo, deseoso de salir del pueblo y de convertirse en hombre de letras, a partir de 1935, y gracias a las influencias madrileñas a las que también antes aludíamos, nuestro poeta despierta y recupera la esencia solidaria que sin duda ya tenía como miembro del grupo de los oprimidos. Vuelve a ser el hombre de pueblo que era, recupera la fidelidad a su clase, que no a su oficio, tan detestado.

Al principio de su vida como escritor, tras su primer viaje a Madrid, Hernández lucha por conseguir el sustento a través de su poesía y escribe a todos para pedir ayuda. Está centrado en sus problemas, en sí mismo. Pero su segundo viaje a Madrid es fundamental. Los contactos que allí establece le hacen dar el paso desde el catolicismo hasta la militancia activa de la poesía social.

Hasta 1935, difícilmente se le puede encontrar una postura de compromiso social, entendida desde el punto de vista de la lucha de clases. Su compromiso está con el hombre y sus problemas. Desde el catolicismo aconseja paciencia, trabajo y todo acto revolucionario tiene, para él, matices negativos.

               Entre 1935 y la fecha de su muerte, 1942, es cuando verdaderamente llega a su culmen el compromiso político del poeta. Empieza a promover, en sus escritos, la lucha de todos: el proletariado, pero también los campesinos, los hombres y las mujeres, los ancianos y los jóvenes. Ahora considera que hay que cambiar la mentalidad del individuo y dirigirla hacia la lucha del individuo contra el orden establecido. Combate el pensamiento conservador establecido, incluido el de Sijé, y tema partido a favor del proletariado.

               En 1935 se produce el despertar de la conciencia de Miguel Hernández (“Sonreídme”, poema que cierra El rayo que no cesa, y ya definitivamente en Viento del pueblo, por ejemplo en “El niño yuntero”, “Sentado sobre los muertos”) La injusticia social comienza a preocuparle seriamente, como se puede ver en su obra dramática Los hijos de la piedra. El dramaturgo empieza a ponerse de parte de los oprimidos, aunque aún hay cierta visión social tradicional y paternalista; redimir al terrateniente y restablecer la figura del amo bueno y noble.

               La conciencia del problema social aparece con crudeza y se va implantando cada vez con mayor intensidad a través de la trágica necesidad vivida por él mismo y por los demás. El segundo viaje a Madrid y el contacto con los grupos de intelectuales de izquierdas sólo le abre los ojos y lo convence de la posibilidad de cambio.

               En estas condiciones evoluciona su pensamiento social y político hasta el comienzo de la guerra 1936 y su colocación al lado de la causa republicana. En sus obras se aprecia ya un marxismo más claro. En medio de la guerra, el teatro de Miguel Hernández se convierte en arma de combate que el poeta usa para cumplir su función en la lucha por un mundo más justo que el que él conoció. En su creación lírica, la contienda arranca poemas vigorosos y entusiastas.

               Su origen humilde y el momento trágico que le ha tocado vivir lo convierten en poeta social. Convencido de la nobleza de su causa, se entrega a ella con entusiasmo: lucha por la libertad y en contra de la opresión y la miseria; impresionado por sus experiencias sociales, éstas se convierten en poemas comprometidos. De testimonio y de denuncia.

Para J. Mula Acosta, su poesía social no es buscada, sino que aflora del conocimiento directo de la realidad; no tiene que buscar nada, está dentro del grupo donde se manifiesta la injusticia: es un hombre de pueblo, humilde. Nacer, vivir, sufrir con los oprimidos es el mejor argumento para defenderlos.

Con el estallido de la guerra civil, la poesía de Miguel Hernández da un giro radical hasta llegar a convertirse en esa especie de paradigma, casi de mito, para quienes vieron en él al poeta comunista, luchador y mártir por la causa de la libertad, al tiempo que se olvidaban de aquel otro Miguel Hernández otrora cultivador de la poesía clásica y aferrado a un ferviente catolicismo.

               Su producción bélica se puede resumir en dos libros de poesía: Viento del pueblo(1937) y El hombre acecha (1939), bastantes diferentes en cuanto a registros poéticos.

               En septiembre de 1936, Miguel se enrola como voluntario en el Quinto Regimiento del bando republicano, comenzando así su faceta de poeta-soldado. El 9 de marzo de 1937 se casa civilmente con Josefina Manresa en el juzgado de Orihuela. Y el 9 de diciembre de 1937 nace su primer hijo, Manuel Ramón, mientras Miguel se encuentra en la batalla de Teruel.

               Mientras tanto -entre el verano de 1936 y el verano de 1937- el poeta ha ido componiendo su libro Viento del pueblo, que ve la luz en el verano de 1937. Un libro en el que vemos a un escritor profundamente enraizado en el pueblo, que se hace eco de las inquietudes populares.            Para Miguel, la poesía es esencia del pueblo y tiene su origen, su raíz, en la tierra misma, y su destino es el pueblo. Así lo pone de manifiesto en la dedicatoria del libro, hecha a Vicente Aleixandre, cuando habla de que el cimiento de los poetas es la tierra y el destino es parar en las manos del pueblo. Y quienes “se atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la poesía”. Los poetas -escribe Miguel- “somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

               Ha llegado el momento del poeta soldado, del esposo soldado, que se deja arrastrar por los acontecimientos bélicos y carga su poesía de imágenes llenas de dureza, de elementos metálicos, de armas. Por consiguiente, la muerte aparece representada por un guerrero medieval “con herrumbrosas lanzas y en traje de cañón”. Además, la guerra hace que los claveles se transmuten en disparos, y los toros en fundiciones de hierro y de bronce.

Miguel Hernández se convierte en un hombre, poeta, comprometido con la revolución social y, apoyado, según algunos, en el pensamiento marxista, critica la sociedad opulenta de unos pocos, disfrazada de democracia y libertad burguesa, y apoya una sociedad sin explotadores, desalienada, democrática, donde el amor, la igualdad, la libertad y la paz sean metas del quehacer humano.

               Considera que en este momento, el papel del poeta es clarificar, alumbrar y trabajar. Según el propio autor: “Estamos al servicio del hombre […]. Nuestras palabras no respiran otra atmósfera que la de nuestro pueblo […]” y “Con mi poesía y mi teatro […] trato de aclarar la cabeza y el corazón de mi pueblo, sacarlo con bien de los días revueltos, turbios, desordenados, a la luz más serena y humana”.

               A partir de El hombre acecha supera lo episódico de la lucha social del pueblo y sitúa el problema al nivel del hombre. Aún así no pierde de vista lo concreto y lo puntual (“El hambre” “El herido”); otras veces es España la que causa el dolor (“Madre España”). Miguel Hernández no abandona, pues, su lucha, aunque se acerca desde una perspectiva distinta.

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